De la separación de la pareja al nacimiento de una nueva etapa vital

Romper un compromiso, tomar la decisión de separarse de la pareja es un acto complejo cargado de procesos emocionales que se han ido elaborando, en silencio o no, a lo largo de un tiempo, mientras el otro no podía o no quería o no estaba preparado para poder verlo, viviendo al margen de la mente de su pareja y quedando en manos de una decisión no elegida y por tanto no digerida ni aceptada, para lo que necesitará enfrentarse al temido duelo, un periodo de elaboración que nos conduce a la aceptación y a la superación, una travesía por el desierto que nos llevará antes o después a una nueva etapa de la vida donde poder resignificarla de nuevo.

La ruptura sentimental es uno de los momentos vitales más estresantes y dolorosos a los que enfrentarse a lo largo de la vida. Sin duda, las expectativas y sentimientos que se depositan en la persona amada ocupan tanto espacio que uno puede llegar a sentir que más allá de la pareja no tiene sentido la propia existencia.

El momento en que llega ese temido “tenemos que hablar” se convierte en un impacto emocional que nos coloca en las puertas del abismo hacia el tan agudo sentimiento de desesperanza que arranca con una tregua para amortiguar la noticia, “no puede ser verdad, será una crisis, esto tenemos que superarlo, no me lo puedo creer”, un mecanismo de defensa en forma de negación que ayuda a confundir amablemente a la mente en un intento de entender y asumir una realidad impuesta y desconcertante que despierta quizá el miedo más primigenio de la especie humana, el miedo a la soledad.

A pesar de que los duelos forman parte de nuestras vidas desde muy temprano, cada vez que uno cae en uno de estos abismos siente verdadera e intensamente que no hay puerta de salida, que es el fin de los tiempos y que nada volverá a ser soportable, es este el dolor agudo de la no aceptación, de aferrarse al vínculo, de quedar atrapado en la desesperanza y el pánico que amanece de pronto sin poder regularse más que con grandes cantidades de lágrimas que llevan a la extenuación. La primera fase es de desconcierto, de incredulidad, de recogimiento, de muchas horas de sueño, de evasión de la realidad, de esconderse, de olvidarse, de agarrarse a la no vida bajo las mantas, como si el mundo se tornase peligroso, hostil y ajeno, nada, absolutamente nada, es objeto de interés, solo queda energía para rumiar una y otra vez acerca de la pérdida, el por qué, el cómo y el ahora qué será de mí.

 

¿Qué complica la separación de pareja?


Sin lugar a dudas nuestros duelos anteriores, las heridas que se fueron acumulando y la dificultad para soltarse, el miedo a lo desconocido, el abismo de la soledad y por supuesto el ego dañado que se niega a aceptar que no fue elegido, que el otro ha osado a saltar por encima de la lealtad que otorga el compromiso adquirido en algún momento de la historia en común. Y es que el ego no entiende bien eso de no ser reconocido como ser exclusivo, “el elegido” y nos coloca en una posición infantil de buscar la manera de recuperar su sitio ¿cómo? Aferrándose al otro, acosándole en algún caso, odiando en otros, sin permitir en cualquier caso que la vida suceda, se presente y siga. Y es que aprender a soltar es tan importante como saber recibir.

¿Hay atajos en la separación de pareja?
Muchas personas los encuentran a través de la negación del dolor, colgándose a otras relaciones nuevas o distrayéndose, colmando de ocupaciones o diversiones el vacío que deja el otro, pasando por alto el recogimiento y el dolor, son atajos de corto alcance que supondrán un camino donde volverán en algún momento y cuando menos se lo esperen a toparse con aquello que no pudo hacerse en su momento, normalmente con más intensidad las siguientes veces por las heridas que no fueron sanadas adecuadamente. El duelo es un proceso, no en todas las personas dura el mismo tiempo, tener la valentía de enfrentarse a él y ser respetuoso con los tiempos que cada cual precisa, ayuda a cerrar una etapa, a pasar página con aprendizajes nuevos, libres del rencor y del dolor.

 

¿Siempre hay que perdonar en la separación de pareja?


El perdón es un proceso complejo de asimilación de la vida, poder integrar la pérdida requiere de un gran conocimiento de uno mismo y del otro, ser benevolente con los motivos del otro, comprender la individualidad y voluntad de cada cual, respetar las decisiones tomadas, no intervenir en exceso en asuntos ajenos, reconciliarnos con las decisiones tomadas en el pasado, con los errores y poder perdonarse a sí mismo y al otro, es parte del buen camino que nos lleva directos a la superación. Mientras luchamos, mientras peleamos, convencemos, manipulamos, insistimos, nos estamos resistiendo a la realidad y sin darse uno cuenta está impidiendo al otro ejercer su libre voluntad de quedarse o de irse. El perdón llega cuando uno puede darle permiso al otro para ser y para decidir y a sí mismo para aceptar y dejar ir, sin rencor, sin miedo y sin un ego herido tratando de buscar compensaciones.

La travesía por el desierto en la separación de pareja
La separación aparece como un desierto difícil de atravesar y más temido que imposible, los duelos se hacen, mejor o peor pero se enfrentan muchas veces a lo largo de la vida. Después de esta travesía la meta no es otra que poder aceptar la pérdida y resignificar la vida, entrando en una etapa que puede sin duda ser mejor, porque seremos otros, más completos, más serenos, más maduros, más experimentados. Separarse, romperse, recrearse en el dolor, penar, rabiar, perdonar y aceptar para volver a ser, para empezar de nuevo, para volver a la vida, a la expansión y al encuentro con los otros.

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