Cuando su majestad, el bebé grandioso y exhibicionista, no evoluciona y aparece una plenitud egocéntrica, cuando los padres no pueden dejar de admirarle haga lo que haga y por tanto no consideran los defectos y mantienen esa imagen idealizada con el paso de los años.
Entonces tenemos niños y no tan niños que buscan permanentemente ser reconocidos, necesitan provocar en los demás admiración, no importa si es a través de la envidia o los celos, el caso es destacar y demostrar que ¡aquí estoy yo! Y cuando no lo consiguen no se sienten regulados, si no son admirados no obtienen bienestar y entonces aparece el malestar, la grandiosidad, la enfermedad de la identidad y del ego.
Y como todo en esta vida precisa de equilibrio en el punto medio está la virtud. En asuntos del ego un exceso de idealización a lo largo de la infancia llevará a un narcisismo malo, mientras que un déficit de narcisización en la primera infancia tendrá más que ver con problemas de identidad, inseguridades, fobias y baja autoestima.